En
diversas ocasiones el equipo editor de La Chispa se ha hecho eco de la precaria situación de la clase trabajadora
dominicana, particularmente de lo concerniente al bajo precio al que se compra
su fuerza de trabajo. El tema salarial
es cada vez más preocupante, la inflación económica se ha tragado el salario
percibido por las personas asalariadas y de frente se tiene una propuesta de
reforma al Código de Trabajo que pretende aumentar la jornada laboral, la cual reduciría
aún más el salario de hambre que ya se paga.
El
salario es la expresión monetaria del precio de la fuerza de trabajo que el
obrero vende al capital, es una cuestión
que genera fricción entre el capitalista que, pagando la fuerza de
trabajo por debajo de su valor, pretende
acrecentar su margen de ganancia, y el trabajador que, privado de todo medio de producción, defiende
con uñas y dientes sus ingresos y aspira ganar lo más que pueda por el trabajo
realizado.
En
la República Dominicana al igual que en todo lugar donde predomine el sistema
de producción capitalista, se ha librado la lucha por el precio del salario entre
burgueses y obreros. El ejemplo más icónico y memorable fue el de la huelga
azucarera de los ingenios de la región este, encabezada por Mauricio Báez, en
la cual se abogaba por un salario mínimo para el obrero y porque se garantizara
los derechos laborales.
En
una serie de artículos escritos para esa época, Mauricio denunciaba las mil
artimañas utilizadas en los ingenios de azúcar para despojar al obrero de parte
de la retribución por la fuerza de trabajo vendida. No solo se conformaban con
sobreexplotar a los cañeros pagándoles a un precio deplorable la jornada
laboral, sino que también se le engañaba a la hora de pesar la caña cortada, el
pesador anotaba una cantidad menor a la que el jornalero cortaba; asimismo el
obrero padecía del monopolio comercial existente en los ingenios en donde se veía forzado a pagar exagerados precios por
los productos para su subsistencia. Todas estas vejaciones obligaban al obrero
a dejar en los ingenios los pocos centavos que veía durante la zafra.
Hoy
día, hacer esta acotación histórica es validad en tanto nos permite constatar
que la fortuna del obrero no ha cambiado en lo absoluto. Aunque por otras vías,
el obrero de hoy: el de las fábricas, el del comercio, el del campo, también ve
esfumarse ante sus ojos el producto de su trabajo. Al igual que en tiempos
anteriores, el salario, en el mejor de los caso, solo sirve para regenerar las
fuerzas para volver a la jornada al día siguiente; vive la misma enajenación y
la misma explotación y aún tiene
condenado el futuro.
Ante
todo esto solo nos queda el camino de luchar por un salario que se equipare al
precio de la canasta familiar; luchar por evitar ser despojados de los pocos
derechos conquistados y para generar conciencia de clase y que las personas
asalariadas se den cuenta que bajo el sistema capitalista a lo más que pueden
aspirar es a que se les pague un poco más por su fuerza de trabajo, sin dejar
de recibir, al igual que ayer: un salario de hambre.
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