martes, 1 de marzo de 2016

Populismo y Revolución

Con la llegada al poder en 1999 de Hugo Chávez en Venezuela, se abrió en la América Latina una nueva etapa del populismo izquierdista. Este hecho se da en medio del reflujo y la bancarrota ideológica de esa izquierda fruto del derrumbe del auto denominado ‘’socialismo realmente existente’’ en la URSS y sus países satélites.

Al triunfo electoral de Chávez en Venezuela siguieron otros en Ecuador, con Rafael Correa, Bolivia, con Evo Morales, los Kirchner en Argentina. Como parte de esa nueva oleada de populismo de izquierda de la región pueden considerarse el ascenso al gobierno en Brasil de Lula da Silva, el Frente Amplio en Uruguay y Michelle Bachelet en Chile, aunque estos últimos tuvieron un matiz más bien socialdemócrata. También se relaciona con este resurgimiento del populismo en el continente el regreso al poder por la vía electoral de Daniel Ortega y el Frente Sandinista, en Nicaragua, y de la otrora guerrilla del FMLN en el salvador.

No es la primera vez que en la América Latina se da este fenómeno: Lázaro Cárdenas, en México en la década de los años 30 del siglo pasado, Juan Francisco Velasco Alvarado, en
Perú, en la década de los 60, Omar Torrijos, en Panamá, en la década de los 70, por sólo citar algunos casos.

La izquierda de la América Latina ha tenido siempre una predilección por el populismo, generalmente de tipo mesiánico y caudillista, probablemente por la composición de clase de la misma, la cual ha sido siempre mayoritariamente nutrida por clases intermedias entre los explotadores y los explotados: profesionales, estudiantes, artesanos, pequeños comerciantes, etc.

La característica principal del populismo de izquierda de ayer y de hoy en la América Latina, es una retórica revolucionaria acompañada de una práctica política reformista: se implementan políticas generalmente enfocadas a la estatización de los recursos naturales que generan mayor ingreso, y se financia con ello proyectos asistencialistas que en nada fomentan ni potencian el desarrollo político y económico de las clases explotadas en pos de su liberación.

La mayoría de las transformaciones llevadas a cabo por esos gobiernos de tipo populista de izquierda de la América Latina, se quedan en la superestructura,  en el ordenamiento jurídico-político, pero dejan intactas las relaciones de producción, no tocan ni con el pétalo de una rosa el ordenamiento económico que permite la posesión privada de los medios de producción, que es lo que permite que una parte de la sociedad se enriquezca con la explotación de la fuerza de trabajo de otros, sumiéndolos en la pobreza, es decir, dejan tal como la encuentran, las estructuras económicas que generan la desigualdad social.

El populismo de izquierda de ayer y de hoy en la América Latina, al igual que la socialdemocracia en Europa, lejos de ser un avance en la transformación revolucionaria de nuestras sociedades, ha sido y es un muro de contención a la verdadera revolución social en nuestros pueblos, un freno a los cambios estructurales necesarios para acabar con la explotación y la opresión que generan tanta desigualdad en nuestros países, amén de que, después de cada fracaso del populismo de izquierda, nos sobreviene un gran reflujo político e ideológico en las fuerzas del cambio en nuestra región.



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Redacción : Winston Rodríguez      Radhamés Mendoza      Fátima Pumarol      Alfredo García

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