Es una pena. Parece una película de terror que no para de repetirse. El mismo
guionos mismos actores y la misma víctima de siempre. Cada vez que
encendemos un televisor, nos conectamos a una red social o vemos un periódico,
y nos encontramos con noticias de la UASD, ya tenemos la sensación de que buenas noticias no son y, lamentablemente,
como siempre, no nos equivocamos, despertamos con un nuevo desastre, o con uno
viejo que se repite, sobre la Primada de América.
Hace ya mucho tiempo que la UASD perdió no sólo el prestigio del que
alguna vez gozaba, sino también su rumbo histórico y el rol social que se supone debe cumplir.
Luego de la muerte del dictador Rafael Leonidas Trujillo, y lo que la misma
trajo consigo, la universidad pasa a
tener autonomía y se convierte en un baluarte de la lucha por la democracia en
el país y un referente social e intelectual en la sociedad dominicana. Hoy día,
sin dictadura ni represión, la universidad no es ni el baluarte que fue y ha
pasado hacer un hazme reír intelectual, sin aportar más que profesionales
mediocres a una sociedad que clama por individuos con sensibilidad social y con
buena preparación profesional.
Pero el desprestigio por el que pasa y las crisis que arrastra no son
cosa de hoy ni de la última década. Estos males han estado teniendo lugar por
muchos años, y lo que es peor, son quienes en ella han hecho vida académica los
que la tienen al borde de la deriva institucional. Los problemas van desde la
cabeza hasta los pies, desde su alta dirección hasta el más simple de sus empleados.
La universidad presenta un claro problema de regencia. La
administración, en su totalidad, no es más que un cáncer burocrático: un montón
de ineptos ostentando salarios de lujo sin llegar resolver ni el más simple de
los problemas, todo lo contrario, crean
más problemas al poner a gente de su entorno en la ya numerosa nomina, muchos
de los cuales ni siquiera asisten a trabajar. Asimismo, se puede constatar la
división del trabajo en descontrolado número de
departamentos. Las labores que la universidad demanda bien podría
hacerse con la mitad de estos.
El tema de la empleomanía es otro dolor de cabeza. La institución cuenta
con algo más de tres mil profesores, los cuales no son suficiente para los 200, 000
estudiantes que tiene la universidad; muchos de estos profesores o bien no cuentan con la preparación académica
que una alta casa de estudio demanda, o simplemente deciden no brindar un
servicio de calidad, faltan a clases o no imparten la cantidad de docencia por
la que se les paga. La venta forzosa de sus nada provechosos libros, el acoso y
el chantaje a estudiantes, y el mal desempeño están a la orden del dia cuando
de muchos de estos profesores se habla. En
cuanto a los empledos regulares el asunto es igual de deprimente, miles de
trabajadores devengando un sueldo mucho mayor a la media de su sector, y ofreciendo
un servicio muy ineficiente y medalaganario.
Los estudiantes, la razón de ser de una institución educativa, tienen su
cuota de culpa en todo este enrollo. Los grupos estudiantiles, llamados a
representar y defender los intereses del estudiantado, son sanguijuelas que
solo buscan su tajada del pastel. Cuentan en sus filas, en unos casos, con
estudiantes que tienen mucho tiempo en
la universidad y que no buscan en ella un título, sino que ven en la UASD el
trampolín que los impulsará a la escena política, y en otros, simples tontos que saciarían su sed con solo ver su nombre
figurar en la nómina de la institución.
Junto a dichos estudiantes confluye otro grupo, los apáticos, jóvenes
que aún no se enteran de lo que en
realidad sucede, o que sí lo saben, pero simplemente deciden mantenerse al
margen del juego frenético que tiene lugar en el escenario, viendo a los demás
actores desangrar la institución frente a sus ojos.
Pero el problema estudiantil no se limita a las malas prácticas de los parásitos que buscan un cuerpo del
cual alimentarse, o a la indiferencia del
otro grupo. Está lo concerniente a los malos resultados que estos muestran. La
media es un estudiante sin sensibilidad social, que sólo va a buscar un título,
y que en la búsqueda del mismo deja a su paso un desempeño mediocre. Todo esto
queda de manifiesto en los estudios que sobre el sector laboral se han hecho,
los cuales reflejan el rechazo del sector privado a contratar uasdianos.
La solución de estos problemas, y los otros de los cuales no nos hacemos
eco, pero que están ahí aquejando a la universidad, requiere de una
transformación completa de la universidad. Una reforma integral en la
institución que: acabe con la burocracia administrativa; exija una mejor capacitación
y un mayor mejor desempeño de sus docentes; que palie el mal desempeño de sus
estudiantes. Todo esto con miras no solo a recuperar el prestigio que alguna
vez tuvo, sino a pagar la deuda que se tiene con la sociedad dominicana que por
décadas la ha mantenido de pie y de la cual no ha recibido beneficio alguno.
Es innegable que dicha tarea es titánica y que requiere el 5 % del
presupuesto nacional que por ley le corresponde, pero hay que empezar a
trabajar en ella. Un trabajo para gente inagotable y que realmente le duela la
universidad. Y es que, de no ser así, de
no ponerse en marcha proyectos que busquen salvar lo que todavía queda, el
futuro de la misma se torna sombrío,
incluso más que lo que hoy en día está.
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