Ningún partido,
movimiento o esfuerzo político que se precie y que pretenda lograr cambios
reales en la sociedad puede estar al margen
de la autocrítica y lo que conlleva.
La autocrítica es un mecanismo
indispensable en el trabajo político, es el reconocimiento de los propios errores al que
están obligados los miembros de los partidos comunistas,
método
iniciado durante el leninismo, pero que tiene su origen en la propia dialéctica marxista.
Se debe
siempre usar la autocrítica como una herramienta dialéctica que nos permita ir
evaluando nuestro quehacer político desde el inicio de un proceso hasta su
final. Es un principio que expone tanto nuestro trabajo colectivo como nuestro
accionar individual. Es ésta la que nos permite poner sobre la balanza de la
objetividad nuestros éxitos y nuestros fracasos y que nos va a decir lo que
hemos venido haciendo bien y lo que hemos hecho mal y por tanto se debe de
cambiar.
La izquierda
dominicana muchas veces hace oídos sordos a las críticas que surgen fruto del
trabajo político que realiza y ni hablar de someterse a un proceso de autocrítica.
Existen varias razones por la cual la izquierda no hace uso de tan provechosa
pero amarga herramienta: por un lado está la soberbia y la intolerancia que
invade a la izquierda pequeñoburguesa dominicana, estos sentimientos nos hacen creer que
poseemos la verdad absoluta y que nuestras acciones en el campo político son
intocables; y por otro lado está el miedo a dejar expuestos nuestros errores
tanto ideológicos como en la praxis. La soberbia y el miedo hacen que nos
llenemos de subjetivismo y culpemos a nuestros propios compañeros, a sectores
sociales y a la derecha por nuestros fracasos políticos.
Esta ausencia
de autocrítica no beneficia a los partidos políticos ni a las masas que claman
por un político esperanzador, y demostrando que aún no estamos en condiciones
de aprender de nuestras experiencias vividas.
Evitar a toda
costa evaluar de manera objetiva nuestro trabajo, un error en el que ha
incurrido históricamente la izquierda y los grupos populares y sociales de
nuestro país.
Si la
izquierda pretende hacer un trabajo real y serio, no puede estar exenta del
proceso de autocrítica como tal, debe aprender a sopesar el trabajo que realiza
y a asumir la responsabilidad de sus propias incoherencias.
La autocrítica
pone al margen del trabajo político el mal del autoengaño y nos permite hacer
revisión de lo que venimos haciendo y lo que nos falta por hacer. Para hacer
los cambios estructurales que tanto necesitan los más desfavorecidos de nuestro
país debemos tener en mente que la autocrítica es un principio revolucionario
que no podemos obviar.
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