domingo, 3 de abril de 2016

¡Al diablo el nacionalismo!

Importantes sectores de la economía nacional: la construcción, la agricultura y, en los últimos años, los servicios, enfrentan al proletariado dominicano y al haitiano por las plazas de trabajo que dichos sectores ofrecen. Por su condición de ilegalidad la mano de obra haitiana es más barata, por  tanto, consigue más fácil las plazas, lo cual crea recelos en su contraparte dominicana.

Esta situación no es propia de República Dominicana, sino más bien del sistema económico que nos rige; históricamente el proletariado se ha visto obligado a emigrar en busca de mejores condiciones de vida. Si bien es cierto que el ambiente de hostilidad frente al trabajador que emigra es una característica que siempre está presente, en nuestro caso, el enfrentamiento  por las plazas de trabajo tiene cierta particularidad por la conflictiva historia que tienen las dos naciones.

La clase trabajadora haitiana no solo se ve obligada a vender su fuerza  de trabajo por un valor mucho menor al  precio del mercado, sino que también tiene que cargar sobre sus hombros ataques y prejuicios injustificables: son tachados de delincuentes, se les acusa de vandalizar los símbolos patrios y hasta de hechicería.

La burguesía es la gran beneficiada de tan deplorable situación, y es que el nacionalismo no es un escollo en su voraz deseo de acumular capital, le da lo mismo la nacionalidad de la mano de obra que explota siempre y cuando sea barata, de ahí que vemos como el gran capital se desplaza de su país de origen sin problema alguno a los países donde los sueldos son de miseria y donde los derechos de los
trabajadores son vulnerados sin oposición alguna. Muestra de esto es el escape de capital a países de Asia menor y África, en donde hasta los niños se ven obligados a someterse a una sobreexplotación inhumana.

La actitud de hostilidad de la clase trabajadora dominicana y la internacional frente al trabajador que emigra debe de ser atacada a través de la conciencia de clase. El movimiento obrero debe rechazar de manera vehemente el nacionalismo y aupar la solidaridad entre trabajadores, pues el asunto es de clase y no nacional. Ya Lenin trataba este asunto cuando en su libro Notas críticas sobre la cuestión nacional decía: "En las sociedades anónimas tenemos juntos y completamente fundidos a capitalistas de diferentes naciones. En las fábricas trabajan juntos obreros de diferentes naciones. En toda cuestión política  realmente profunda, realmente seria, los agrupamientos  se realizan por clase y no por naciones."

Es hacia allá a donde nos debemos dirigir: encaminar la lucha contra la burguesía y no contra el trabajador. Darnos cuenta que somos explotados  a través del trabajo, que nos une una condición material y nos divide el nacionalismo, una abstracción ideológica que nace y crece con la burguesía y que siglos después aún nos sigue poniendo en contra.

La lucha emancipadora  y revolucionaria del proletariado debe de acabar con la sociedad  de clases y con sus enfermedades ideológicas. Por tanto hoy y siempre: ¡Al diablo el nacionalismo!

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