Importantes
sectores de la economía nacional: la construcción, la agricultura y, en los
últimos años, los servicios, enfrentan al proletariado dominicano y al
haitiano por las plazas de trabajo que dichos sectores ofrecen. Por su
condición de ilegalidad la mano de obra haitiana es más barata, por tanto, consigue más fácil las plazas, lo cual
crea recelos en su contraparte dominicana.
Esta
situación no es propia de República Dominicana, sino más bien del sistema
económico que nos rige; históricamente el proletariado se ha visto obligado a
emigrar en busca de mejores condiciones de vida. Si bien es cierto que el
ambiente de hostilidad frente al trabajador que emigra es una característica que
siempre está presente, en nuestro caso, el enfrentamiento por las plazas de trabajo tiene cierta
particularidad por la conflictiva historia que tienen las dos naciones.
La
clase trabajadora haitiana no solo se ve obligada a vender su fuerza de trabajo por un valor mucho menor al precio del
mercado, sino que también tiene que cargar sobre sus hombros ataques y
prejuicios injustificables: son tachados de delincuentes, se les acusa de
vandalizar los símbolos patrios y hasta de hechicería.
La
burguesía es la gran beneficiada de tan deplorable situación, y es que el
nacionalismo no es un escollo en su voraz deseo de acumular capital, le da lo
mismo la nacionalidad de la mano de obra que explota siempre y cuando sea
barata, de ahí que vemos como el gran capital se desplaza de su país de origen sin problema alguno a los países donde los sueldos son de miseria y donde los
derechos de los
trabajadores
son vulnerados sin oposición alguna. Muestra de esto es el escape de capital a
países de Asia menor y África, en donde hasta los niños se ven obligados a
someterse a una sobreexplotación inhumana.
La
actitud de hostilidad de la clase trabajadora dominicana y la internacional
frente al trabajador que emigra debe de ser atacada a través de la conciencia
de clase. El movimiento obrero debe rechazar de manera vehemente el
nacionalismo y aupar la solidaridad entre trabajadores, pues el asunto es de
clase y no nacional. Ya Lenin trataba este asunto cuando en su libro Notas críticas
sobre la cuestión nacional decía: "En
las sociedades anónimas tenemos juntos y completamente fundidos a capitalistas
de diferentes naciones. En las fábricas trabajan juntos obreros de diferentes
naciones. En toda cuestión política
realmente profunda, realmente seria, los agrupamientos se realizan por clase y no por naciones."
Es
hacia allá a donde nos debemos dirigir: encaminar la lucha contra la burguesía
y no contra el trabajador. Darnos cuenta que somos explotados a través del trabajo, que nos une una
condición material y nos divide el nacionalismo, una abstracción ideológica que
nace y crece con la burguesía y que siglos después aún nos sigue poniendo en
contra.
La
lucha emancipadora y revolucionaria del
proletariado debe de acabar con la sociedad
de clases y con sus enfermedades ideológicas. Por tanto hoy y siempre: ¡Al diablo el nacionalismo!
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